Enero 13, 2025

Presentación y un regalo para el foro

20 Oct 2017 18:52 #1915898 por Chespir
Respuesta de Chespir sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Mañana publicaré el siguiente. Supongo que en semana y media la historia habrá concluido.

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21 Oct 2017 10:57 #1915902 por Chespir
Respuesta de Chespir sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Tercer día de navegación. Nápoles

Aunque Jorge resultaba cada vez más desagradable conmigo y sus celos llevaban siendo agobiantes desde hacía muchos meses, nunca me había vuelto a echar de la habitación y tampoco había cruzado la línea de la agresión física. Hasta que llegó ese día que marcó un nuevo punto de inflexión en nuestro matrimonio. Sabía que Jorge tenía problemas en el partido a causa de los malos resultados en las últimas elecciones autonómicas. Su puesto como responsable de campaña estaba siendo cuestionado una vez visto el fracaso de la misma. Quizás fuera esa la razón de sus constantes cambios de humor. Yo, por el contrario, gozaba de una excelente situación laboral fuera del campo de la política. En mi empresa, dedicada al mundo de la nano electrónica de última generación, habíamos tenido algunos cambios en los departamentos de investigación y yo había salido beneficiada en el proceso. Días antes me habían hecho la propuesta de convertirme en la nueva directora local del área de investigación. Eso significaba más responsabilidad, mejor sueldo y, por supuesto, muchas más horas de trabajo. Estaba radiante cuando se lo dije a Jorge pero él no pareció en absoluto interesado en lo que le estaba contando. La tormenta se volvió a desatar esa noche cuando le dije a mi marido que unos días después tendría que viajar a Madrid porque el nuevo presidente de la compañía llegaría a España para conocer a los nuevos responsables de cada sección y coordinar el plan general de actuaciones para el año siguiente.
— ¿Cuántos días estarás fuera? —me preguntó sin retirar la vista de la pantalla del televisor.
En ese mismo momento me di cuenta de que iba a tener problemas.
—Cogeré el AVE el lunes a primera hora y creo que regresaré el martes por la noche — le dije con una tranquilidad que estaba muy lejos de tener.
— ¿En qué hotel te hospedarás?—Jorge zapeó un par de veces con el mando del televisor antes de dejarlo con un punto de violencia sobre la mesa
Yo me encogí de hombros.
—Todavía no lo sé pero es que, ni siquiera lo he preguntado. Marcos no me dijo nada sobre ese tema.
— ¿Marcos? ¿Quién es ese tal Marcos? —Jorge volvió a coger el mando, apagó el televisor, se levantó del sofá y me miró directamente a los ojos.
— ¿Qué quién es Marcos? ¿A qué viene esa pregunta si lo conoces perfectamente? —mi voz sonó irritada—. Es el director nacional de investigación. Marcos Estévez. Ocupé su puesto cuando él ascendió y fue él mismo quien me recomendó a los superjefazos.
— ¡Ah, sí! Marcos Estévez —mi marido se tocó la barbilla con el dedo y pareció pensar unos segundos antes de continuar—. Es que antes, cuando hablabas de él, le llamabas “Estévez”. Se nota que habéis adquirido mucha confianza de unos días a esta parte.
Su voz llevaba tanta carga de ironía como de mala leche.
—Jorge, no sé de qué estamos hablando. Mi relación con Estévez no ha cambiado. Lleva años siendo mi jefe pero su trato conmigo siempre ha sido el mismo. Cordial y profesional.
—Hasta ahora no lo hemos hablado pero, si quieres que te sea sincero no puedo entender que entre todos los candidatos que tenía para el puesto, fuera a elegirte a ti —hizo un rictus que pretendía ser una sonrisa—. Aunque ahora, sabiendo lo de la nochecita de hotel, se me ocurren un par de buenas razones.
Jorge recalcó su comentario agarrando uno de mis pechos por encima de la camiseta de tirantes.
—No me toques—dije a la vez que me revolvía bruscamente para evitar el contacto de su mano—. No me gusta nada ni lo que dices ni lo que haces. Si fui elegida es porque tenía méritos suficientes para ocupar ese puesto y mis tetas nada han tenido que ver con ello y me jode que, precisamente tú que en el partido te pasas la vida abogando por la igualdad de los derechos de la mujer, me vengas ahora con ese argumento tan machista.
Sentí la bofetada en mi cara como si fuera un trallazo.
—Hay mujeres que merecen esos derechos y otras que, simplemente, sois zorras…
No pude escuchar el resto de sus gritos. Jorge parecía haberse vuelto loco y esa fue la primera ocasión en la que sentí miedo. Me escupió en la cara y de un fuerte empujón me tiró contra el sofá. Después se echó sobre mí y de un par de tirones me arrancó la ropa sin atender a mis súplicas y me violó con una fuerza inusitada y violenta. Cuando finalmente se sintió satisfecho se levantó sin decir una palabra dejándome tirada en el sofá con mi ropa hecha jirones y mis ojos inundados por el llanto. Fue la primera vez que lo hizo pero no la única. La última, con paliza incluida fue dos días antes de tomar mi decisión final cuando juré que no me volvería a poner una mano encima.
Nápoles nos recibe en su bahía a las siete de la mañana de nuestro tercer día de navegación. La luz de la ciudad, incluso a esas horas, hace destacar todos sus edificios. Inicialmente había contratado una excursión histórica con visita al Vesubio y a las ruinas de Pompeya. Ya en el puerto voy a subir al autobús cuando me fijo en un pequeño tenderete anunciando visitas a la isla de Capri y entrada en la “Grotta Azzurra”. El día promete ser caluroso y darme un baño en la misma isla que utilizaban los emperadores para sus vacaciones me resulta una posibilidad mucho más atractiva que un paseo entre pedruscos. Un ferry me lleva hasta la pequeña isla en algo menos de una hora. Pero debería haberlo pensado antes. Las barcas de remos que conducen a los turistas al interior de la cueva Azul tienen el lleno asegurado por culpa de la llegada de los tres inmensos cruceros que están fondeados en la bahía. Desilusionada decido buscar otras posibilidades y dirijo mis pasos hacia un coqueto bar con la intención de tomar un buen cappuccino y de pedir algo de información sobre el modo de visitar la cueva sin tener que someterme a la tiranía de los tour operadores. El local es oscuro y está decorado con motivos marineros. Un hombre está colocando las mesas y mi visita le sorprende. Está claro que a esa hora del día los clientes son poco habituales. El hombre me mira y sonríe invitándome a tomar asiento en una de las mesas. Calculo su edad que debe rondar los setenta años pero, por el modo en que se comporta conmigo, parece todo un galán napolitano. No me pregunta lo que voy a tomar y desaparece tras una pequeña puerta situada junto al mostrador. Un par de minutos después vuelve a salir llevando un par de tazas y un pan que está recién horneado. Lo parte a la mitad y lo riega con un buen chorro de aceite. Después espolvorea un poco de sal y alguna hierba que no logro identificar. Quizás sea romero, albahaca o hinojo. Nunca fui buena en eso de la cocina. Con la mirada me pide permiso y le invito a tomar asiento. En una mezcla de español, inglés e italiano me dice que se llama Paolo, que tiene seis hijos y que heredó el bar de su padre que, a su vez, también lo había heredado del abuelo. Todo muy racial, todo muy napolitano, todo muy mediterráneo. Pruebo el café que, a pesar de lo esperado, no resulta nada especial. Siempre es difícil tomar buen café cuando el mar está cerca. Sin embargo el pan está delicioso. Después de media hora de conversación le pregunto si hay alguna manera de visitar la cueva. Él parece pensar unos instantes. Saca su teléfono que, con su modernidad, me devuelve a la realidad del mundo. Habla a voces y no logro comprender ni una palabra de lo que dice. Cuelga y sonríe de una manera pícara.
—Ora arriba la soluzione —me dice—. Aspetta un attimo.
La “soluzione” se llama Francesco y es su hijo pequeño. Debe tener cerca de veinticinco años y en este momento está manejando el timón de una barca neumática, tipo Zodiac, conmigo sentada en la proa sintiendo el viento en la cara y la espuma de las olas del mar tirreno salpicándome. Francesco es mucho más callado que su padre. Me fijé en él mientras íbamos a la playa donde tenía varada la embarcación. De ojos oscuros, ligeramente rasgados y profundos. Su pelo es rizado, moreno y, sin ser guapo, el conjunto resulta de un atractivo evidente. Tardamos unos diez minutos en llegar y delante de nosotros hay algunas grandes barcazas repletas de turistas que están esperando turno para entrar pero el napolitano me dice que nosotros no tendremos que hacer cola. Francesco se aleja del grupo de barcas y dirige la proa de la nuestra hacia el farallón y no soy capaz de adivinar cuáles son sus intenciones porque, desde nuestra posición, solamente podemos ver las olas rompiendo contra la piedra. Él adivina mis pensamientos y sonríe cuando apaga el motor. Se mueve con tranquilidad a pesar de que estamos siendo arrastrados hacia las rompientes. En el fondo del suelo hay dos remos de madera y los fija en sendas argollas. Sus brazos necesitan solamente dar dos golpes de remo para que la Zodiac cambie ligeramente el rumbo y se coloque paralela a la costa. Tres remadas más nos dirigen hacia una abertura en la roca que, hasta ese instante, había permanecido oculta a mis ojos. Unos cien metros hacia nuestra derecha la fila de barcas sigue avanzando lentamente. Al llegar a la pared, Francesco recoge los remos, se tumba en la barca y me pide que haga lo mismo. Así colocados, cara a cara, sintiendo su aliento en mi rostro, esperamos el siguiente golpe de mar. Llega la ola y nos emboca directamente hacia el interior de la gruta. Durante unos segundos veo las afiladas aristas de piedra a unos centímetros sobre nosotros pero mi cabeza está más pendiente del hombre. Finalmente el espacio se abre, el techo asciende hasta el infinito y podemos volver a levantarnos. Él evita mi mirada y vuelve a empuñar los remos. Sospecho que los pocos segundos que hemos pasado con nuestros cuerpos casi pegados en el suelo de la barca, le han resultado tan deliciosamente intranquilizadores como a mí. Por primera vez me fijo en el espacio que nos envuelve y comprendo que el lugar fuera elegido por los césares para utilizarlo como baño privado. El fondo del mar es extrañamente luminoso y su claridad emana dando luz a la caverna. El eco de las voces de turistas de las otras barcas llega hasta nosotros aumentado por la resonancia de las paredes. Me resulta desagradable y preferiría estar en un silencio absoluto. Francesco me mira y sonríe cuando un nuevo grito de alguien que quiere comprobar cómo suena el eco de su voz, dibuja una mueca en mi cara. Me encojo de hombros y muevo la cabeza en señal de resignación. Él no dice nada pero comienza a remar lentamente pareciendo dirigirse hacia un lugar concreto. Entonces la pared de roca se interrumpe y un estrecho canal se abre paso ante nosotros. Pero la anchura de los remos impide que podamos pasar por él. Antes de que pueda darme cuenta, Francesco recoge las palas para dejarlas en el suelo de la embarcación y se tira al agua que no le cubre más allá de su pecho. Empuja la barca metiéndola por el canal. Camina así durante un minuto, quizás dos y la caverna vuelve a abrirse pero esta vez el silencio lo inunda todo. El agua ahora es mucho más profunda y él comienza a nadar alrededor del bote. Parece un tiburón acechando a su presa. No lo pienso más. Ante su sorpresa, me quito toda la ropa y me zambullo yo también. El cazador será mi presa.
Para regresar no necesito utilizar el ferry. Ya en Capri cambiamos la Zodiac por una fuera borda que, en veinte minutos recorrerá la distancia que nos separa del continente. Antes de entrar en la bahía, le pido que detenga el motor de la lancha, me quito la camiseta y Francesco sonríe. Sabe lo que espero de él y yo sé que no me defraudará. Me acerco a su cara y durante unos segundos juntamos nuestras bocas en un beso cargado de lujuria, mientras que las manos recorren frenéticas nuestros cuerpos. Volvemos a tener una nueva, intensa e inolvidable sesión de sexo. Es mi pago por sus servicios de navegante y cicerone.
Llego al Star con el tiempo justo para embarcar antes de que el buque suelte amarras. Subo a mi habitación y me doy una buena ducha que me quita solamente la sal del cuerpo dejando en mis sentidos la imagen, el olor, el calor y el sabor de mi amante italiano. Hoy ha sido un gran día, uno de los últimos que me quedan por disfrutar y esto hay que celebrarlo. Busco en el armario mi vestido más sexy y me arreglo como si fuera la última noche de mi vida. Yoko estará encantada cuando mañana le regale esta ropa. Paso del espectáculo y pido al servicio de habitaciones que me traigan un Manhattan. Me lo bebo lentamente mientras el Vesubio se pierde en el horizonte. Cuando bajo al comedor para cenar, siento en mi espalda la mirada acariciadora de los hombres mientras que las mujeres me clavan invisibles cuchillos que salen de sus ojos. Soy la tercera en llegar a la mesa y saludo a los dos valencianos. Raúl llega inmediatamente detrás de mí y me separa la silla para que me siente.
—Gracias Raúl —le digo—. ¿Cómo te fue el día?
—Podría haberme ido mejor si hubieras estado vos también en la excursión a Pompeya. ¿Sabés? Me encontré con Fran y Fefi y te vimos cuando parecía que ibas a subir al bus.
La llegada de los madrileños me libra de tener que dar dos veces la misma explicación.
—Le estaba diciendo a Raúl —digo después de saludar a Fefi con un beso, que tenía pensado hacer la excursión pero que, en el último momento cambié de idea y decidí visitar Capri.
—Pues te ha dado bien el sol. Si lo llego a saber —continúa Fefi— me hubiera ido contigo. Soy más de playa que de volcanes.
Sonrío y pienso en que yo también pude disfrutar de mi volcán particular. No creo que la posibilidad de haber tenido un encuentro sexual con nosotras dos a la vez le hubiera importado demasiado a Francesco y mi sonrisa no pasa inadvertida para la madrileña que me guiña cómplice, un ojo.
— ¿Tomaste fotos de la isla?
—No, Fefi. No soy de las que van con el móvil y la cámara fotografiando todo lo que se menea.
—Pues podrías aprender de ella, Fran. Aquí, el caballero, se pasó la visita haciendo fotos a estatuas de muertos, al perro, al Vesubio y a la madre que los parió a todos.
—Ayer no viniste a cenar —interrumpe Raúl cambiando de conversación—. Espero que no te sintieses mal.
—Estaba cansada tras la visita a Túnez. Comí algo en el restaurante de la piscina y luego me acosté pronto. Supongo que me estaré haciendo vieja.
—Sí, viejísima —dice el argentino con ironía— pero espero que eso no te impida ser mi pareja de baile esta noche. Según el diario de a bordo hay un concurso de baile latino después de la cena. Creo que es en el salón Belvedere.
—Nosotros vamos a participar —añade nuestra comensal valenciana interviniendo por primera vez en la conversación.
—También nosotros —apostilla Fran—. Fefi es toda una experta bailando chachachá.
—Pues me temo que yo soy incapaz de coordinar dos pasos seguidos así que Raúl, si quieres bailar, tendrás que buscarte otra pareja.
El argentino pone una divertida expresión de desilusión en su cara y encoge los hombros.
—La chica más linda del barco y no me da siquiera pedacito de bola. Así pues me conformaré con aplaudiros desde la mesa. Fefi me mira un instante y sus ojos se iluminan. La conozco poco pero estoy segura de que algo se le ha ocurrido. Mis sospechas se confirman cuando ella vuelve a hablar.
—Pero no voy a ir con esta pinta y tampoco tengo claro qué ponerme. ¿Te importaría venir conmigo al camarote y me ayudas a elegir?
No me deja opción y tras los postres nos dirigimos a la cubierta nueve donde está su camarote. Fran y Raúl se han ido a tomar una copa mientras nos esperan. En cuanto nos quedamos solas ella me pregunta sobre la cena privada con el capitán. Se desilusiona cuando le cuento que tampoco fue para tanto y que el tipo debía tener más de sesenta años. Un escocés pelirrojo pero con unos bonitos ojos azules. Tampoco le digo nada sobre Francesco aunque me da que ella sospecha algo. Una hora después llegamos al salón donde Raúl y Fran están esperándonos. Los valencianos se han sentado en una mesa aparte. Como siempre, el primero se las ha arreglado para sentarse a mi lado y no para de hablar mientras nuestros compañeros de mesa se mueven a ritmo de salsa. Fefi lo hace bien. A Fran se le ve mucho más envarado. Se nota a la legua que a él no le gusta tanto el baile. Resultan finalistas pero los ganadores terminan siendo una pareja de suecos rompiendo con el tópico de la frialdad nórdica. Mañana llegaremos a Civitavecchia a las 6. Esto quiere decir que nos tocará madrugar. Hemos decidido contratar la excursión del barco para conocer Roma. Supongo que tendré a Raúl como compañero de viaje en el autobús. Reconozco que es guapo, culto y un agradable conversador pero sigo en mis trece y, como él dice, no voy a darle ni un pedacito de bola. Cuando llego al camarote Yoko está esperándome a pesar de que son casi las doce de la noche. Se va encantada con su nuevo vestido. Tendrá más.

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23 Oct 2017 12:38 #1915941 por Chespir
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Cuarto día de navegación. Civitavecchia

A pesar del cansancio soy puntual a la hora de levantarme y a las siete de la mañana estoy desayunando perfectamente arreglada. Civitavecchia es la tercera etapa del viaje y nos encontramos a menos de cien kilómetros de Roma a donde iré en la excursión que organiza el propio crucero. . Fefi, Fran y Raúl también se han apuntado a la misma excursión y haremos juntos la visita turística. Me encuentro con ellos durante el desayuno aunque ocupamos mesas distintas. Cuando ellos terminan vienen a sentarse conmigo y esperan a que yo termine mis huevos benedictine acompañados de un buen plato de embutido, un par de zumos de naranja y el indispensable café con leche acompañado de bollería.
—A ver si te vas a quedar con hambre —dice Raúl con ironía—. Si desayunase así habría hipopótamos más delgados que yo.
—Coincido con Raúl —apostilla Fran—. Chica, no sé cómo puedes tener ese tipazo con el saque que te gastas.
— ¿Queréis dejarla desayunar tranquilamente? —Fefi se pone de mi parte—. No hagas caso a estos dos que solamente te tienen envidia.
—Gracias Fefi por tu apoyo —sonrío y empapo una palmera de chocolate en la taza—. Lo que me estoy comiendo ahora pienso gastarlo caminando en Roma. Venga, chicos, que el autobús nos espera.
Apuro el zumo de naranja de un trago y me levanto de la mesa. Vamos al ascensor para bajar hasta la cubierta de salida. Nos encontramos con Lucie, Susan Sharandon, la relaciones públicas de la compañía. Es ella quien comprueba nuestras tarjetas de desembarque y nos indica el autobús que tenemos asignado.
—Tú y yo vamos juntas y ellos dos—Fefi se refiere a Fran y a Raúl— que se busquen un asiento y hablen de fútbol.
Me agarra del brazo y me indica un par de asientos libres en la parte delantera del autobús. Los ocupamos de inmediato y cuando los dos hombres pasan a nuestro lado Raúl mira con aire enfadado a mi amiga. Fefi me guiña un ojo.
—Gracias —contesto en voz baja—. Prefiero tu compañía a la suya.
Ella mueve una mano en ademán de quitar importancia al asunto, se pone de rodillas en el asiento y mira hacia atrás.
—Están sentados casi al fondo o sea que podemos hablar tranquilas.
Asiento y espero que no me someta a un tercer grado. Fefi me cae bien y se nota que la simpatía es mutua pero no quisiera tener que desnudar mis sentimientos. No estoy en condiciones de hacerlo. Me pregunto si no habría sido una mejor idea ir sentada junto al argentino.
— ¡Despierta! Me dice interrumpiendo mis pensamientos—, te acabo de preguntar si conoces Roma.
—Perdona Fefi, creo que dormí pocas horas. Pues no, nunca estuve en Italia. De hecho viajo muy poco y cuando lo hago siempre es a destinos con tren. ¿Sabes? Le tengo miedo a volar.
Al escuchar mis palabras, ella parece extrañada en un principio y divertida después.
— ¿Miedo a los aviones? ¡No jodas! No lo esperaba de una mujer como tú. Por lo que me has contado creo que te admiro. Eres joven, guapa, científica y con un trabajo importante —ella parece dudar—. ¿Te puedo preguntar una cosa?
—No hace falta que preguntes nada. A mis muchas cualidades también puedes añadir la de adivinación. Sí, estoy casada. ¿He acertado?
Ella me mira y suelta una carcajada.
— ¡Muñeca Chochona pa la señorita! Seguimos concurso para perrito piloto. ¿Cuál es mi siguiente pregunta?
Estoy a punto de responderle con alguna disculpa sobre el motivo por el que Jorge no ha venido pero prefiero no mentir y si le digo la verdad terminaré arrepintiéndome por haber hablado demasiado
—Creo que perderé ese perrito piloto. Por cierto, Fran y tú bailáis muy bien. Deberíais haber ganado.
Ella parece sentirse incómoda ante el brusco giro que doy a la conversación pero lo disimula bien.
—Llevamos mucho tiempo acudiendo a clases de baile. A mi Fred Astaire no le gusta ni un poco pero a mí tampoco me gusta hacer la comida todos los días, limpiar la casa y pelearme con los niños para que hagan los deberes y eso me toca hacerlo siete días a la semana. Si no le gusta el baile que se fastidie. Además le viene bien para bajar barriga.
— ¿Tenéis niños? No lo sabía.
—Tito y Laura —saca el teléfono del bolso y empieza a enseñarme fotos—. Ella tiene doce y es una loca de los perros. Tito es dos años más pequeño y no para quieto un momento…
La primera visita que hacemos en Roma la dedicaremos para visitar los museos vaticanos. El autobús se detiene un instante haciendo una parada rápida en una calle abarrotada de gente y vehículos. Bajamos rápidamente ante las protestas de un “carabiniere” y Comenzamos a seguir a Andrés, nuestro guía, que se identifica con un enorme paraguas blanco y violeta. A todo lo largo de la calle hay una interminable fila de personas haciendo cola.
—También vienen al Vaticano —explica Andrés deteniéndose un momento para dar tiempo a que nos reagrupemos todos los miembros de la excursión— pero a ellos les tocará esperar más de dos horas hasta que puedan entrar en los museos.
La calle se abre e identifico de inmediato la plaza de san Pedro y el balcón desde donde el papa se dirige a los fieles. El guía nos explica que en esos momentos Su Santidad está en el edificio porque las cortinas de la vivienda están cerradas.
— ¿Por dónde salen las fumatas?—pregunta alguien del grupo.
—Andrés señala con un dedo hacia la cúpula de la basílica. Está claro que esperaba la pregunta.
—Cada vez que hay un cónclave, se instala, de manera provisional, una chimenea que es la que podemos ver por televisión. Ahora síganme y no pierdan de vista el paraguas. Tenemos que darnos prisa si queremos completar el programa.
La piedad de Miguel Ángel nos recibió metida en su sarcófago transparente de cristal blindado y terminamos dos horas más tarde viendo de manera fugaz la capilla Sixtina y el interior de la basílica de san Pedro. Sin apenas tiempo para respirar montamos en el autobús para cambiar de monumento, de siglo y de milenio. El Coliseo primero y el Panteón después. En ese punto nos dan tiempo libre hasta las seis de la tarde hora en la que el autobús nos recogerá en la muy romana plaza de España. Fran sigue con su cámara haciéndonos posar a pesar de las reiteradas protestas de Fefi y de las caras de resignación que Raúl y yo ponemos cada vez que posamos delante de su objetivo repitiendo “patata” hasta la saciedad. Desde el Panteón Raúl se convierte en nuestro nuevo guía.
En esta misma calle hay un buen número de restaurantes donde podemos disfrutar de una agradable comida servida en la terraza. Después seguiremos en la misma dirección porque la fontana de Trevi está a unos diez minutos caminando.
La omnipresente pasta en su amplia variedad de formas y colores es el plato principal de los cuatro. Comemos rápidamente y, a pesar de lo agradable del lugar y de la buena temperatura, no podemos disfrutar de la sobremesa. Continuamos por la via delle Murate y Fefi pega sus narices en cada escaparate que exhibe bisutería en cristal. Pasamos a una de ellas dejando fuera a los caballeros que deciden visitar alguna de las innumerables iglesias que pueblan la ciudad Eterna. Estoy segura de que Fran terminará inmortalizándola con su cámara. Por nuestra parte dedicamos más tiempo del necesario a probarnos pendientes, pulseras y collares esquivando entre risas y coqueterías el acoso del guapísimo italiano que nos atiende. Acoso que termina en el mismo momento en que Fran y Raúl aparecen por la puerta del local.
—Venga, Fefi que no tenemos todo el día. ¿Te has decidido por algo?
—Me he decidido por quedarme con el dependiente que está como el pan —responde ella guiñando un ojo al italiano que muestra su mejor sonrisa — y además he comprado un collar con pendientes y pulsera a juego.
—Lo del italiano me da igual siempre y cuando dejes tranquila a la tarjeta de crédito.
Todos reímos. También el guapo dependiente que, a pesar de no hablar nada de español, ha entendido sin demasiados problemas la conversación. Me imagino lo que habría sucedido si Jorge y yo hubiéramos sido los protagonistas de la situación. Seguramente su implicación en la política le habría contenido a la hora de tener un escándalo público aunque no descarto que hubiese presentado alguna reclamación a los dueños de la tienda por el trato indebido hacia una clienta. Después, en la calle, me ignoraría caminando un par de pasos por delante de mí sin dirigirme la palabra hasta que pudiera desatar su ira cuando nos encontrásemos en la “paz” de la habitación del hotel. Ahí rompería el silencio para comenzar con voz tranquila arrastrando sus palabras, haciéndome preguntas que no esperarían respuesta, recriminando mi coquetería, mi falta de decoro, mis ademanes, mis ropas… Así iría dejando que el enfado que se había estado cociendo a fuego lento durante todo el día, estallase como una tempestad que no se calmaría hasta que me hubiese arrancado las ropas para darme una bofetada y someterme a una enésima violación. El problema, concluí, no era que Fran estuviese más seguro de su mujer de lo que Jorge lo estaba de mí. Fran está seguro de sí mismo y esta confianza se esparce como una mancha de aceite implicando también a ella y, supongo, a la relación laboral que mantiene con sus compañeros de trabajo. Por eso Fran triunfa como persona, como trabajador y como marido mientras que Jorge no ha sido capaz de mantener una relación similar ni en el partido ni, por supuesto, en nuestro matrimonio. A mí está a punto de perderme. Corrijo, ya me ha perdido, y también está a punto de perder su status político y social. Se ha perdido a sí mismo.
La fontana nos maravilla a los cuatro que cumplimos con la tradición de arrojar al agua una moneda. A pesar de que todos conocemos de qué va la historia, Raúl nos la cuenta de nuevo mientras Fran sigue sacando fotos.
—Pues nada —dice Fefi colocándose de espaldas a la fuente y arrojando una segunda moneda. Yo tengo que asegurarme que vuelvo a Roma. Esta visita a la carrera me ha sabido a poco.
—La “Comune di Roma” te lo agradecerá. No sé cuánto dinero recogerá diariamente el ayuntamiento gracias a la leyenda —replico yo y también tiro otra moneda, momento que Fran se encarga de inmortalizar con su cámara.
—Pues nosotros no vamos a ser menos. Venga, Fran, deja las fotos y tira tú otra. A ver si así es posible que volvamos a la ciudad. Todos juntos y con más tiempo.
Esta vez es el argentino quien me hace un guiño y yo esquivo su mirada sin darme por aludida. No quiero romper el momento mágico diciendo que, por muchas monedas que tiremos, la cosa no va a funcionar. Al menos conmigo. Me despido de la fuente evocando la imagen de Audrey Hepburn y Gregory Peck en la película “Vacaciones en Roma”.
Acompañada por mis pensamientos subimos un par de tramos de escalera que nos conducen hasta el Quirinale, residencia oficial del presidente de la República. No hay tiempo para fotos porque todavía tardaremos media hora a paso ligero para llegar hasta nuestra cita con el autobús. Cuando llegamos, sudorosos y jadeantes, todavía faltan por llegar algunos compañeros de viaje y, a pesar del cansancio, eso nos permite subir la escalera completa de la plaza de España. Cuando nos sentamos en el autobús, mis pies lo agradecen. Fefi, a mi lado, se duerme y no se entera de la rápida vuelta que el autobús nos da por la ciudad desde la piazza Nabonna hasta el Trastévere. Son casi las ocho de la tarde cuando regresamos a Civitavecchia. El Star Rainbow nos espera. Antes de llegar miro a Fefi y sin poder evitarlo le digo en voz baja.
—Mi matrimonio no funciona —le digo con tristeza—. ¿He ganado el perrito piloto?
—Lo suponía —responde ella—. Y si alguna vez quieres hablar de ello, sabes que aquí me tienes.
Apenas tengo tiempo para subir al camarote, tomar una ducha rápida y vestirme para ir a cenar. Al salir saludo a Yoko que sonríe.
—Espero que haya disfrutado de la excursión. Y también querría volver a darle las gracias por los vestidos que me está regalando. La verdad, no creo que deba aceptarlos. El de anoche era precioso y me sienta como un guante.
—No te preocupes, Yoko. Ya te he dicho que no los voy a necesitar de nuevo y quiero que te los quedes tú.
Ella asiente y reitera su agradecimiento y sus ojillos vivarachos brillan ilusionados ante la perspectiva de recibir en pocas horas un nuevo regalo.
Soy la primera en llegar a la mesa y me entretengo en leer la carta hasta que aparece el resto del grupo. Todos tienen cara de cansados. Los de la pareja valenciana son los últimos en llegar. Nos dicen que también han estado en Roma pero que han hecho la excursión por libre. Durante el resto de la cena recordamos el día pasado. Fefi luce el conjunto de cristal de Murano que se ha comprado. Le digo que está guapísima y Fran comenta que antes de zarpar vio al dependiente italiano llorando en el puerto
—La verdad —dice mi amiga— es que te habría cambiado sin dudarlo. El tío estaba buenísimo.
—Él no te habría querido en cuanto se enterase del modo de reventar Visas que tienes.
La cena sigue animada. Incluso los valencianos participan en la conversación y se animan a ver el espectáculo diario con nosotros. Mañana tocaremos Génova y Raúl nos ha propuesto enseñarnos la ciudad. También estuvo allí una semana cuando era joven.
—Entonces no debe hacer mucho de eso —le piropeo yo y una amplia sonrisa se dibuja en su cara.

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25 Oct 2017 11:20 #1915971 por Chespir
Respuesta de Chespir sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Quinto día de navegación. Génova

Anoche decidimos que desayunaríamos los cuatro juntos. Y aquí estamos, sentados en la misma mesa de siempre dando buena cuenta de los huevos nuestros de cada día, hoy revueltos con bacón, croissants y un buen plato de embutidos acompañados del correspondiente zumo de naranja y del café con leche que cierra ese cebadero matutino que son los desayunos en buffet. En los seis días que llevo embarcada he engordado una talla por lo menos. Me recreo en mi propia crueldad y pienso que así tendrán los peces más para comer. Anoche, antes de dormir volví a plantearme mi decisión. Estos últimos días han sido los más felices de mi vida o, por lo menos, de los tres últimos años. Pero mi vida no es un crucero de lujo. El sueño se acabaría en cuanto mis pies tocasen suelo en Barcelona. No quiero ni imaginar el estado de Jorge con todo este tiempo sin saber nada de mí. Sin poder controlar mi teléfono, sin saber dónde ni con quién estoy, sin recibir respuesta a los cientos de mensajes que seguro me ha puesto. Ni siquiera he pensado un momento en encender el móvil al que mi conciencia ecológica ha impedido que lo tirase al mar pero puedo imaginar, como si lo estuviera viendo cómo ha sido todo el proceso. Como siempre empezaría con un inocente mensaje del tipo: “Hola ¿qué haces?”. Después un segundo que diría: “¿Estás ocupada? Tienes el teléfono apagado”. Valiente imbécil. Ya sé que tengo el teléfono apagado. ¿Es que no te das cuenta de que lo he apagado yo misma? Luego le tocaría el turno al teléfono tradicional con media docena de llamadas al móvil y otras tantas al fijo de casa, a intervalos de un minuto. En ese momento su presión arterial ya estaría disparada. Definitivamente los infartos son muy poco oportunos a la hora de llevar a cabo su tétrica misión. Entonces vendría a buscarme a casa y se encontraría con mi nota escrita sobre el espejo del baño utilizando mi carmín labial. “Estoy bien, no me busques. Adiós”. Aquí comenzarían sus dudas y como el tópico del que hablan los psicólogos: Fase de cabreo, de duda, de negación y, finalmente, de aceptación de lo inevitable. Más o menos. Habrá pensado que mi desaparición solamente será el fruto de un enfado pasajero. Igual que cuando me marché de casa tras la primera violación. Aquel día por la mañana acudí al trabajo destrozada física y psíquicamente. No había podido pegar ojo en toda la noche y cuando llegué al laboratorio mi aspecto desastroso no pasó inadvertido para nadie aunque pude eludir las preguntas enviando responsabilidades a una inexistente intoxicación de mariscos. Mientras en el laboratorio daba el visto bueno a unos condensadores de última generación, alguien me dijo que Marcos quería verme. Supuse que sería para darme más detalles sobre nuestro próximo viaje. Subí a la segunda planta y me dirigí directamente a su despacho. Saludé a su secretaria y, como de costumbre, pasé al despacho sin que ella me anunciara.
—Hola Marcos. Me dijeron que querías verme.
—Pasa y siéntate —me dijo sin separar la vista de su ordenador—. Quiero que ultimemos los detalles para la reunión del…
Sus palabras se interrumpieron cuando me miró a la cara.
—He pasado una mala noche —le dije sin que me preguntara—. Estuvimos de cena, me inflé a mariscos y creo que debí intoxicarme. Ya sabes, toda la noche vomitando. Pero ya me encuentro mucho mejor.
—Si estabas así creo que deberías haberte quedado en casa.
Cuando dijo la palabra “casa” una mueca apenas perceptible debió de cruzar por mi cara. Si alguna cosa quería evitar era el estar en casa cerca de él. Durante la violación sentí impotencia, miedo, rabia y frustración todo a partes iguales. Para curar la herida en mi alma el trabajo sería la mejor medicina.
—Gracias pero esta mañana me encontraba mucho mejor y decidí venir. Tenía demasiadas cosas que hacer. Pero creo que querías verme.
—Sí. Tenemos que discutir algunos nuevos proyectos antes de llevarlos a la comisión previa a nuestro próximo viaje. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
— ¡Que sí, hombre! —tomé la carpeta que me estaba ofreciendo—. Deja de preocuparte por mí. Por cierto, ya tengo los nuevos modelos de condensadores y pensaba analizar su comportamiento para ver si experimentalmente responden a las expectativas que tenemos depositadas en ellos.
Me percaté de que Marcos no estaba haciendo caso a nada de lo que le estaba diciendo.
—Solamente una cosa —dijo con voz pausada—. ¿El golpe que tienes en la cara también es por culpa de las gambas?
Me llevé la mano al pómulo y algo debió romperse dentro de mí. Sin poder evitarlo mis ojos se llenaron de lágrimas. Él se levantó y cerró la puerta del despacho.
—Por favor, Lourdes —habló al intercomunicador—. Estaré ocupado la próxima media hora. No me pases llamadas.
—Es Jorge —mi voz apenas pudo salir de la garganta—. Estamos teniendo problemas. Creo que es por culpa de su situación en el partido.
— ¿Te ha pegado? —preguntó de forma directa y sin rodeos.
—No… Si —rectifiqué—. Fue anoche en un arranque de ira. Todo empezó con una pequeña discusión, me dijo que me callara, yo no lo hice y… Bueno, creo que se le fue la mano y me dio una bofetada pero ahí terminó todo —mentí—.
— ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a denunciarlo?
—No lo sé, Marcos. Estuve toda la noche pensando en hacer lo que dice el manual. Ya sabes, llamar al 016, denunciar, y marcharme de casa pero eso sería dar al traste con el matrimonio. La verdad es que, todavía lo estoy pensando y no descarto salir de aquí, poner la denuncia en comisaría y acudir a un abogado de familia —callé cuando mi jefe negó con la cabeza.
—Piénsalo. Es una decisión bastante seria la que vas a tomar. Por otra parte acabas de ascender y, bueno, ya sabes. A los del Consejo no les gustaría que una directora de área recién ascendida tuviese problemas familiares. Eso… eso genera desconfianza. A pesar de la cara moderna de nuestra empresa, en el fondo todos son unos carcamales. Además creo que estas decisiones debes tomarlas en frío.
Asentí en silencio aunque me sentí bastante defraudada. Era cierto que le había ocultado los detalles más escabrosos de la agresión, aunque no creo que él hubiera cambiado de idea. Se acercó al dispensador de agua y llenó un vasito de cartón que me puso en la mano. También me ofreció un pañuelito de papel, que yo acepté, para secarme las lágrimas. Bebí y esperé un minuto hasta que mi llanto se calmó.
—Gracias por el agua y por el consejo, Marcos —le dije con la voz demasiado fría— pero de momento no pienso volver a casa.
— Es difícil dar un buen consejo en una situación como ésta pero creo que deberías tomarte libre el resto del día. No te preocupes por el trabajo, esos condensadores podrán esperar. En cuanto a lo de volver a casa, te comprendo, este incidente tan desagradable está demasiado reciente. No sé… supongo que podrías ir esta noche a algún hotel —recapacitó unos instantes antes de continuar—. No, creo que sería mejor que durmieras en casa de alguna amiga. Así no te sentirás tan sola. Mañana, cuando estés con tu marido seguro que las aguas habrán vuelto a su cauce y todo lo habrás olvidado.
Marcos volvió a defraudarme por segunda vez en pocos minutos. Calificar una bofetada como un simple incidente desagradable estaba absolutamente fuera de lugar. De todas formas las órdenes subliminales estaban claras como el agua que me acababa de beber.
—Haré lo que dices —dije levantándome del asiento—. Gracias por tu comprensión. Finalmente fueron dos noches las que pasé fuera de casa, aunque acudí a trabajar al día siguiente. Elegí la opción del hotel para evitar que fuera a buscarme a las casas de mis mejores amigas. También me llamó al trabajo en un par de ocasiones pero no contesté a sus llamadas. Cuando aparecí en casa, la tarde del tercer día, Jorge no estaba allí. Al encender mi teléfono tenía más de cien mensajes de texto y otros tantos de voz. Con un comportamiento infantil me decía que le había surgido un viaje de tres días a París para una reunión de la internacional del partido y que iría acompañado de Marta, su secretaria. Evidentemente, pretendía darme celos sin saber que, en el estado en que yo me encontraba me daba exactamente igual que fuera con otra mujer o con el mismísimo diablo. Contesté la llamada que me hizo al día siguiente y, como en las ocasiones anteriores parecía que no había pasado nada entre nosotros y que todo seguiría igual. El lunes siguiente me fui a Madrid tal y como le había comentado. Quizás él estuviera ardiendo de ira y de celos infundados pero tampoco me dijo nada. Agradecí que ni siquiera me llamase durante el viaje que desencadenó la tormenta.

Tormenta de un tipo muy distinto es la que nos recibe en la capital de Liguria. El puerto de cruceros está a quince minutos en coche del centro de la ciudad. Es demasiada distancia para recorrerla caminando máxime con el diluvio que está cayendo. Antes de salir nos pertrechamos de chubasqueros y paraguas. De todas formas, tomamos un taxi y en un perfecto italiano del que también hizo gala ayer, Raúl pide al conductor que nos lleve hasta la plaza Fontane Marose.
—Desde aquí, nos dice nuestro improvisado guía, podemos ir hacia la via Garibaldi que es el centro turístico de la ciudad. Estuve aquí hace quince años y, entonces, se podía visitar la mayoría de los palacios Rolli sin apoquinar un solo mango. Para un mochilero como lo era yo por aquella época ese era un detalle importante —añade sonriendo—. Esto nos llevará toda la mañana. Después podemos comer en una pequeña Pizzería que está cerca de la catedral. Luego os enseñaré la casa donde dicen que nació Cristóbal Colón, seguiremos hasta la Piazza di Ferrari para ver el palacio ducal y el edificio de la ópera. Desde ahí volveremos al barco no vaya a marcharse sin nosotros.
— ¿Qué podemos comprar como recuerdo de la ciudad? —pregunta Fefi mientras Fran realiza cómicos ademanes pidiendo a Raúl que no conteste.
—En cualquier pastelería podrás comprar coestrella. Son unas galletas típicas de la región —responde Raúl añadiendo a continuación—. No te quejes, Fran que eso te saldrá barato.
Todos reímos cuando Fefi amenaza con el paraguas al argentino.
—Las galletas no me gustan, Raúl. Prefiero otro collar de murano.
La mañana transcurre según el plan previsto. No hace frío pero la lluvia es permanente. He podido escaquearme varias veces en las que Fran se ha empeñado en hacernos una foto de grupo pero al final he tenido que ceder. Ha sido delante de la catedral y he forzado la cara para conseguir que mi boca dibuje una sonrisa. Mi humor se ha agriado esta mañana por culpa de los recuerdos. Fefi no me ha preguntado nada sobre mis últimas palabras de ayer antes de bajarnos del autobús. Lo cierto es que tampoco hemos tenido un momento para estar solas. Cuando llegamos al lugar donde debería estar el pequeño restaurante, Raúl encuentra con cierta desilusión que el espacio ha sido ocupado ahora por una hamburguesería. A punto está de marcarse un “Sabina” y vengar su memoria a pedradas contra los cristales…”El tiempo apremia y como ya son más de las dos de la tarde, calmamos nuestro apetito comiendo un “calzone” en un tenderete callejero mientras seguimos caminando y tirando de Fefi cada vez que se para en algún escaparate. En la ópera genovesa está programada “Carmen” para esta misma noche. Pienso que yo misma puedo ser el “alter ego” de la gitana sevillana. El papel de don José, el militar le toca, no puede ser de otra manera a Jorge. En cuanto a Escamillo, el torero… Nunca hubo ninguno y bien sabe Dios que fue porque yo no quise. Pero eso a Jorge siempre le ha dado igual y, al final mi desaparición, como la de la protagonista de la tragedia de Bizet, estará causada solamente por culpa de sus celos.
—Doy un euro por tus pensamientos —me dice un jovial Raúl.
—No creo que tengas ganas de tirar ese dinero. No lo valen —respondo secamente.
Él mira a Fefi en busca de apoyo pero ella lo ignora. Fefi desvía la vista al otro lado de la plaza y me invita a seguirla.
—Ven, vamos a ver esa tiendita.
La “tiendita” es una boutique de super lujo pero Fefi no se arredra por ello. Una joven y guapísima dependienta que parece una modelo de pasarela, nos atiende de inmediato. Fefi habla en español y yo traduzco al inglés. Mira varios vestidos pero el precio la desanima y, finalmente salimos sin comprar nada. Pienso que ha estado buscando el momento para poder seguir hablando sobre mí. Lo bueno es que la dependienta no nos ha dejado solas ni un momento y también que nos ha invitado a una deliciosa taza de café. Fran continúa con sus fotos mientras que Raúl parece estar leyendo mensajes en su móvil. Estoy cansada y empapada y maldigo al hombre del tiempo cuando, precisamente en el momento en que nos subimos al taxi, ya son más de las cuatro de la tarde, deja de llover y aparece un sol radiante.
Nada más entrar en la gigantesca recepción del Star me percato de que hay algunos cestos repletos de manzanas repartidos por la sala. También están en los pasillos que dan acceso a los camarotes. Eso solamente puede significar una cosa. Habrá temporal y esta noche el barco se va a mover. Nunca me he mareado y confío en que no será esta la primera vez.

De momento sigo bien aunque sin lograr que el sueño acuda a mis ojos y el temporal previsto se ha limitado a un par de horas de lentos vaivenes que apenas he podido notar. José, nuestro compañero de mesa, nos ha dicho que su mujer se ha sentido indispuesta y ha preferido quedarse en el camarote atiborrada de pastillas contra el mareo. El resto de comensales hemos cenado estupendamente y después hemos estado bailando hasta las dos de la mañana. Debería estar cansada tras el día que hemos tenido y sin embargo, a pesar de que ya casi son las cuatro de la madrugada, estoy como una moto. Incluso he pensado en traerme a Raúl al camarote y darme un homenaje al cuerpo. Pero no, no creo que hubiera sido una buena idea. Él ha contado que acaba de salir de un divorcio y yo no quiero una relación estable de un día de duración. Un día. Ese es el tiempo que todavía tengo para arrepentirme y cambiar de decisión pero quien lea este diario ya sabrá que tal cambio no se produjo. Ya han sido demasiadas oportunidades las que he dado a Jorge. Ya son demasiadas oportunidades las que me he dado a mí. Ya son demasiadas oportunidades las dadas y son demasiadas oportunidades las perdidas. Después de todas ellas, después de cada paliza, siempre ha sucedido lo mismo. “Perdóname, ha sido el alcohol, han sido los celos, ha sido tu negativa a hacer el amor, ha sido un error que no volverá a ocurrir. Te lo juro pero, por el amor de Dios, no me dejes. No me denuncies. Si lo haces la prensa se enterará y mi carrera política estaría acabada y sabes, mi amor, que tú y mi carrera en el partido son las dos cosas más importantes que tengo. Sin eso no podría vivir…”
Ese chantaje funcionó al principio. Era yo o su vida y, la verdad, nunca fui demasiado egoísta y siempre demasiado ingenua. No quería que su muerte pesara como una losa sobre mi conciencia para el resto de mi vida. Después siempre venían unas semanas de paz que me llevaban a concebir esperanzas que nunca se concretaban porque, sin saber el cómo ni el porqué, siempre se volvía a presentar ese macho alfa agresivo, dominante y manipulador que ejercía su poder sobre mí de una manera tiránicamente implacable. Hace un par de meses, fue la última paliza, la más brutal. El motivo no importa ahora ¿Es que alguien piensa que puede haber motivos para recibir una paliza? Salí tarde del trabajo y llegué a casa cerca de las nueve de la noche. Normalmente a esa hora el no suele estar en casa pero ese día Jorge había tenido una fuerte discusión. Había sido destituido de sus funciones y en las próximas elecciones ocuparía uno de esos puestos en las listas que en absoluto le garantizaría su reelección. Sin embargo a mí las cosas no podrían irme mejor y nuevas responsabilidades a nivel internacional se perfilaban en el horizonte. El único “pero” sería que tendría que realizar viajes frecuentes entre distintas ciudades europeas y los terroríficos aviones serían herramientas de trabajo tan indispensables como lo es un ordenador personal. En este tipo de empresas las decisiones se tienen que tomar rápidamente y yo sabía que la respuesta mía no podría demorar demasiado. Aquella noche Jorge decidió por mí. Un puñetazo en la cara nada más abrir la puerta fue su saludo. Grité de dolor y caí al suelo en el mismo umbral de casa. Él me agarró del pelo y así me arrastró hasta el interior. Intenté levantarme pero él se colocó a horcajadas sobre mí. Entre gritos e insultos me abofeteó, hasta dejarme casi inconsciente. Después se debió de poner de pie porque empecé a sentir golpes y patadas por el cuerpo, en el pecho, en los brazos y en las piernas. En su violencia absoluta no dejó libre de golpes ni un centímetro de mi piel. Supe que había terminado cuando escuché sus palabras: “Así aprenderás, zorra”. A través de mis propios sollozos también pude oír como llamaba por teléfono. Hablaba con alguien diciendo que en su casa había ocurrido un accidente y que su mujer se había caído por las escaleras. Pérdida de un diente, ambos labios partidos y una costilla rota además de numerosas magulladuras repartidas por todo mi cuerpo fue lo que se encontraron los médicos del 112 cuando llegaron a casa. También llegó la policía alertada por los sanitarios. Las lesiones no parecían consecuencia de una caída sino el resultado de una agresión brutal. Pero, en mi semiinconsciencia ya había sido bien aleccionada.
—Si dices que te he pegado juro que te mataré…Esas fueron las palabras que me dijo un instante después de su llamada telefónica. Y esas palabras se habían incrustado en mi cerebro impidiendo cualquier reacción racional. Dos días más tarde, en mi habitación de hospital la policía me tomó declaración y corroboré todo lo que había dicho Jorge. Salíamos de casa a cenar, decidí bajar por las escaleras, resbalé y caí rodando por ellas. Mi marido me ayudó a llegar hasta casa y llamó a los servicios de urgencia. El juez archivó el caso en alguno de sus cajones aceptando ambas declaraciones como supongo que también mis vecinos archivarían los gritos que debieron escuchar en algún rincón profundo de sus conciencias. Ahora intentaré dormir. No tengo miedo a la muerte, al menos, no le tengo tanto miedo como el miedo que siento hacia él.

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27 Oct 2017 12:28 #1915999 por Chespir
Respuesta de Chespir sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Sexto día de navegación. Marsella

No sé qué hora es pero está sonando el teléfono que tengo en la mesilla. Me desperezo y la luz que entra en la habitación me dice que debe ser tarde.
— ¿Sí, dígame? —Contesto intentando que no se me note demasiado que todavía estoy a medio despertar—. Hola Fefi, buenos días...No, no te preocupes, estoy despierta pero todavía no me he levantado… Sí, es que anoche tardé en dormirme... No, gracias pero creo que esta mañana no voy a hacer planes. Me voy a duchar y no sé lo que haré después de desayunar. Si al final me decido a ir a la ciudad te llamo al móvil y quedamos para comer… Venga, que os divirtáis… Adiós.
Hoy estaré triste y de mal humor. Me conozco lo suficientemente bien como para saberlo. Lo que le he dicho a mi amiga es cierto, todavía no sé lo que haré. Estamos en Marsella y visitar la ciudad tampoco me apetece demasiado. Miro el reloj del móvil. Son casi las nueve y media de la mañana. Anoche eran cerca de las cinco cuando finalmente pude cerrar los ojos. He tenido un sueño inquieto, en el que los pensamientos reales se confunden con pesadillas recurrentes en las que Jorge ha sido el protagonista. En una de ellas soñaba que Fefi entraba en esta habitación. Yo, de pronto, reconocía en sus ojos la mirada de él. Fefi torcía su boca en una mueca que pretendía ser una sonrisa y comenzaba a golpearme. Me desperté chillando horrorizada y envuelta en un sudor tan frío como mis sentimientos. Me duele la cabeza pero creo que eso se solucionará con una caliente y reconfortante ducha. Dejo mi pelo sin secar recogido en una coleta y me visto con vaqueros, camiseta y zapatillas deportivas. Por si finalmente decido salir del barco cojo mi tarjeta de pasajero y el bolso con el dinero. Es demasiado tarde y el salón comedor ya está cerrado pero en el barco es fácil encontrar algún sitio para comer. Voy al buffet de la piscina para tomar un café con leche acompañado de un sándwich mixto. Sentada en la mesa de enfrente está Susan Sharandon acompañada de parte del equipo de animación del crucero. Ella me saluda con la mano y el resto de sus compañeros de mesa me dedican una amplia sonrisa. A pesar de llevar ya siete días en el barco apenas he cruzado una palabra con ninguno.
— ¿No te llama la atención Marsella? —Me pregunta Lucie. Es una ciudad preciosa.
—Me temo que me he dormido —digo como disculpa— y creo que me quedaré en la piscina aunque el día no parece demasiado bueno.
—Anoche tuvimos tormenta y el tiempo no mejorará hasta por la tarde. Es posible que incluso caigan algunas gotas.
El que ha hablado es uno de los chicos de animación. Es guapísimo pero no debe tener más de veinte años. Pienso en invitarle a mi habitación aunque dos cosas me lo impiden. La primera es que casi podría ser su madre y la segunda es que muy posiblemente, los miembros de la tripulación no puedan intimar con el pasaje y no quisiera causarle problemas. Niego con la cabeza para tratar de alejar esos pensamientos de mi mente calenturienta. Levanto las dos manos en señal de rendición.
—Me rindo, habéis ganado. Por lo que veo no me queda otro remedio que darme un paseíto hasta la ciudad.
El mismo chico me mira y cuando me sonríe me dan ganas de mandar a tomar por culo a la compañía y a mis absurdos prejuicios morales.
— Será algo más que un paseíto. La ciudad está casi a diez kilómetros del puerto de donde estamos pero hay un servicio permanente de lanchas que te llevan hasta el puerto viejo. Si eres aficionada a la lectura, allí podrás tomar un barquito para visitar la isla donde se encuentra el castillo de If. —El joven animador ve mi cara de desconcierto y sigue hablando—. Ya sabes, según la novela ahí fue donde encarcelaron al conde de Montecristo.
Sus palabras sacan los recuerdos que tengo sobre Edmundo Dantés y el viejo abate Faria y no lo pienso más.
—Creo que os haré caso —digo mientras termino de comer el último bocado de sándwich. ¿Está muy lejos el embarcadero?

He tardado menos de diez minutos en llegar al puerto viejo y apenas me he detenido para visitar el mercado de pescado. A la carrera he podido tomar un minúsculo pero repleto barquito que en otros diez minutos ha llegado hasta la isla de If. He podido reconocer a algunos compañeros de viaje con los que he intercambiado poco más de unas miradas pero el destino ha querido que entre ellos estén los alemanes que ocupan la suite vecina. El viejo ha parecido feliz de que nos encontrásemos y su mujer me ha sonreído con una mezcla de picardía y cansancio por las pretensiones de conquista del anciano galán. Como me defiendo bien en alemán podemos entablar una conversación fluida. Gedra me parece una mujer encantadora que pronto empieza a hablarme de sus nietos. Tiene unos preciosos ojos azules y, a pesar de su edad, supongo que debe tener cerca de ochenta años, sigue siendo una mujer atractiva. Erik parece haberse acostumbrado a mi presencia y se dedica a coquetear con la joven francesa que nos sirve de guía. Cuando llega el momento de subir las escaleras que llevan hasta lo alto de la torre, donde se supone que estuvieron encerrados Edmundo Dantés o el hombre de la máscara de hierro, ellos deciden esperar abajo. La escalera de piedra es lo suficientemente ancha como para permitir que nos crucemos con la gente que baja de la torre. Ya desde lo alto se divisa perfectamente toda la bahía marsellesa con la ciudad elevándose al fondo. La guía nos explica que, inicialmente la función del castillo no era la de proteger a la ciudad contra posibles invasores sino la de someterla a fuego de cañón en el caso de que se produjese alguna insurrección ciudadana contra el gobierno de París. Miro el acantilado que se abre a nuestros pies y creo que ni siquiera el conde de Montecristo hubiera sobrevivido tras ser arrojado desde allí en sustitución del abate. Los calabozos tienen las paredes cubiertas de pintadas en las que se da buena muestra de la desesperación de los infortunados que fueron encerrados allí. Mientras bajo las escaleras una vez más, vuelvo a los paralelismos. El carísimo apartamento en el que vivimos no tiene mucho que ver con este lugar horrible. Sin embargo me he sentido condenada en esa jaula de oro como debió sentirse Dantés. Él, para liberarse fue tirado al mar y eso mismo haré yo esta noche. La diferencia con el conde es que será mi muerte la que me libere. Vuelvo a la realidad cuando miro hacia el cielo y veo que el sol comienza a abrirse paso entre las nubes. Quizás la luz me ayude a salir de la depresión y la enorme jaqueca que me lleva atenazando desde que me levanté. Las palabras de Gedra en cuanto me ve, confirman que, una vez más, la cara es el espejo del alma.
—Perdona que te lo diga pero tienes una cara horrible. ¿Te encuentras mal?
Trato de sonreír pero mi boca se para a mitad del gesto.
—Me duele la cabeza. Creo que anoche debí beber demasiado —me justifico.
—Yo vengo de la tierra de la Aspirina —bromea ella—. ¿Quieres una?
—No quiero ser descortés y acepto la pastilla que me ofrece. Me la trago sin agua.
—Gracias, creo que me vendrá bien.
—Una Aspirina siempre viene bien —interviene su marido—. Cuando un dolor de cabeza no lo cura la pastilla blanca es que la cosa es grave.

Desde luego que la jaqueca no se va a ir y en esto, le tengo que dar la razón a Erik. El dolor que siento va más allá de lo físico y las heridas que laceran mi alma no van a desaparecer. El dolor físico después de la última paliza que terminó conmigo en la sala de urgencias del hospital se fue en pocos días. Los sentimientos de miedo, dolor, impotencia, siguen incrustados dentro de mí, clavándose como dagas y ni siquiera la morfina podría aliviarme de ellos. Este viaje ha sido un último intento de curación tratando de paliarlos con el lujo del barco, con el trato amable de su tripulación, con las deliciosas comidas, con las conversaciones triviales que Fefi y yo hemos mantenido, con la elegante sumisión de Yoko, con la belleza de los lugares visitados o con la increíble sesión de sexo que tuve con… ¿Cómo se llamaba? Sí, Francesco. No debo olvidarme de su nombre, no sería justo. Muchos pensarán que estoy siendo demasiado drástica y que quizás podría buscar una solución que me permitiese seguir viviendo. No. Me temo que eso no es posible. A pesar de que Jorge no tenga muchas responsabilidades políticas, lo cierto es que, todavía, es un personaje importante. Y sus amigos también lo son. Si yo presentase una denuncia nadie me creería aunque las heridas y cardenales de mi cuerpo gritasen a voces la verdad. Después de dos días en el hospital, recibí una visita que, por esperada, no dejó de sorprenderme. Recuerdo que debían ser las seis de la tarde cuando alguien llamó a la puerta de la habitación.
—Pase —dije con la voz modificada por los puntos que tenía en la boca.
—Hola. ¿Cómo estás?—reconocí de inmediato la voz de Marcos, mi jefe—. Ayer nos llamó Jorge y nos dijo lo que te había pasado. Mira, los chicos del laboratorio te mandan esto. ¿Dónde puedo dejarlo?
Era un inmenso centro de flores que venía acompañado de una carta.
“Durante su ausencia el departamento técnico de la empresa le ruega a usted que calcule los valores de capacidad y conductancia de este nuevo modelo de condensador”
Después la firma de todos y una nota añadida en la que me deseaban una pronta recuperación. Intentando sonreír con mi boca partida, dejé la nota sobre la mesilla.
—Diles a los chicos que gracias, que el ramo es precioso y me ha encantado. ¿Cómo va todo por la empresa? ¿Podéis sobrevivir sin mí? —bromeo.
Marcos se sienta y noto que rehúye mi mirada.
—Creo que lo lograremos siempre y cuando tú te recuperes pronto —dice encogiéndose de hombros y extendiendo las manos en señal de resignación—. ¿Te han dicho para cuánto tiempo tienes?
Le conozco bien y me doy cuenta de que, a pesar de ser un importante ejecutivo en una importante empresa, no sabe por dónde empezar. Está dando rodeos. Supongo que la asignatura de empatía no se imparte en ningún curso de doctorado. A pesar de todo, él es mi jefe y me decido a ponerle las cosas fáciles.
—Pasado mañana me harán un nuevo escáner cerebral y, si el neurólogo ve que no hay lesiones, me podrán dar el alta. ¿Cómo te enteraste de —dudo a la hora de utilizar la palabra— el accidente?
—Tu marido llamó ayer por la mañana y habló directamente conmigo.
— ¿Qué fue lo que te dijo?
Marcos se remueve en el sillón y comienza a dar vueltas sobre el dedo a su anillo de casado. Siempre hace eso cuando está nervioso.
—Me dijo que te habías caído por la escalera cuando salíais de casa.
— ¿Eso te dijo? —pregunto y yo misma noto que mi voz está cargada de ironía.
—Sí —el anillo sigue girando—. Yo le pregunté por tu estado y le dije que pensaba venir a verte.
Me decido a abordar la situación de una forma directa.
— ¿Y tú te lo creíste?
—También me dijo que la policía había estado en el domicilio y que un juez decidió archivar el caso.
— ¿Y tú te lo creíste? —vuelvo a preguntar interrumpiendo sus palabras.
—Bueno, ahora lo importante no es lo que yo crea o deje de creer. Hay una versión oficial y tú no has presentado ninguna denuncia.
No puedo soportarlo más y noto como mi adrenalina sube y como mi corazón se dispara. A pesar del dolor de mi boca grito con fuerza.
— ¡Me cago en la versión oficial y en las denuncias! Marcos, tú no eres así. No puedes ser así —repito con la voz llena de angustia y los ojos llenos de lágrimas.
Con el embozo de la sábana Marcos me limpia una lágrima que cae por mi mejilla. Después coge un pañuelito de papel y me lo ofrece igual que hizo hace tiempo en su oficina. Necesita aclararse la garganta y carraspea antes de hablar.
—Dime lo que pasó.
Su voz pausada parece calmarme y le cuento cómo sucedió todo. Su rostro va empalideciendo según voy hablando e incluso en algún momento parece a punto de romper a llorar pero el viejo tópico “los hombres no lloran” se lo impide. Cuando termino, Marcos traga saliva y necesita unos segundos para poder a hablar.
—Lo siento —dice con la voz entrecortada—. La verdad es que no sé cómo puedo ayudarte. ¿Vas a presentar una denuncia?
Niego con la cabeza.
—Tengo demasiado miedo —hablo casi susurrando—. Jorge me ha amenazado con matarme si se me ocurre hacerlo y créeme, no hablaba en broma.
—Hace tiempo te dije que dejaras correr la cosa y que todo se arreglaría y… bueno, creo que me equivoqué. Pero así no puedes seguir. Acepta la oferta que te hicieron hace unos días. Podrás conseguir un traslado a París, Berlín o Roma.
—Gracias jefe —sonrío con indulgencia— pero no serviría de nada. ¿Cuánto tiempo crees que tardaría Jorge en encontrarme? Y yo tampoco podría vivir con la amenaza constante de una llamada telefónica, de un mensaje o de encontrármelo en el garaje de casa en el momento más inesperado. No sé cuál será la solución pero, desde luego no pasa por la huida.
—Piénsalo, me dice él.

Me equivoqué porque, precisamente en la huida está la solución. Pero eso lo decidí un par de días después de salir del hospital. Necesité un par de meses para solucionar los último detalles. De entrada hice testamento para evitar que mis bienes terminasen en las manos de él. Después compré las ropas necesarias para el viaje y pedí estos ocho días de vacaciones. Por supuesto que tuve que dejar al día algunos detalles de mi trabajo. En total fueron un par de meses durante los cuales Jorge fue el marido perfecto. Miro a Erik que ya se ha subido en el barquito que nos sacará de la isla. Me ofrece la mano para ayudarme a subir a bordo. Le doy la mía y me la agarra un par de segundos más de lo necesario. Gedra se da cuenta del detalle y sonríe. Definitivamente las nubes han sucumbido al poder del sol y la tarde se presenta magnífica.
—Todavía tenemos mucho tiempo hasta la hora de embarcar y vamos a dar un paseo por la ciudad. Si nos acompañas comeremos luego juntos en alguno de los restaurantes que hay en el puerto. Los marselleses preparan la mejor sopa de pescado del mundo.
Pienso en la propuesta que me hace Gedra y también en mi promesa de llamar a Fefi si, finalmente, me decidía a desembarcar. De todas formas no me he traído el teléfono móvil y, aunque lo llevase encima no iba a conectarlo para estar recibiendo llamadas o mensajitos de Jorge. Dudo un momento antes de decidirme y finalmente acepto la propuesta. La ciudad me parece tan hermosa que pienso que Serrat, de haber nacido aquí, también habría dedicado una canción al Mediterráneo. Gedra se detiene en una pequeña tienda donde venden jabones de todos los colores y formas imaginables. Nadie diría que Erik es una de las principales fortunas de su país porque los dos se comportan como turistas de mochila y zapatilla. Compra algunos recuerdos para la familia y yo también decido llevar una cestita con jabones marselleses para regalársela a Fefi. Ella no lo sabe pero ese será mi regalo de despedida. Volvemos al puerto y paseamos entre los puestos de pescado donde se exhiben peces cuya existencia yo ni sospechaba. Es tarde para comer, son casi las dos y media pero no tenemos problemas para encontrar una mesa en la terraza de un coqueto restaurante. El alemán no se anda por las ramas y pide una bullabesa de langosta que está deliciosa. Para postre nos decidimos por el “croque en bouche” un delicioso pastel que me recuerda a los buñuelos de santo. Para la sobremesa cafés y unas copas de pastis. Todo muy mediterráneo, todo muy francés. Para regresar al Star tomamos un taxi que me empeño en pagar. Nos despedimos a eso de las seis de la tarde y Erik insiste en que le tengo que presentar a la amiga que estaba conmigo en la piscina. Prometo hacerlo en la primera ocasión en la que nos encontremos. Subo a mi camarote y noto a Yoko más seria de lo habitual.
—Buenas tardes, señora. Espero que haya disfrutado del día.
—Sí, gracias, Yoko. Estuve con la pareja alemana de la otra suite.
Ella se toca el pelo y vuelve la vista hacia la piscina. Parece que va a decirme algo pero su boca permanece cerrada. Espero que no vuelva a hablar de los vestidos que le estoy dando.
—Mañana nos despedimos, señora. Quiero que sepa que ha sido un placer el haber estado a su servicio.
Ahora lo comprendo. A pesar de que la propina estaba incluida en el precio del pasaje y a pesar del dinero que le di el primer día a mi llegada, el sueldo de la tripulación no debe de ser muy alto y las propinas añadidas pueden resultar una importante fuente de ingresos.
— ¿Puedes pasar conmigo a la habitación?
Ella me sigue y, una vez en el interior, abro mi bolso y miro el dinero que me queda. También me fijo en el impresionante ramo de flores que está sobre la mesita. Regalo de despedida y flores para los muertos. Le doy cuatro billetes de cincuenta y dejo otros tantos como propina para los camareros del restaurante. Sin embargo ella parece negar con la cabeza.
—Gracias pero no puedo aceptarlo, señora. Después de todos los vestidos que me ha dado.
—Así pues, volvemos a los vestidos. La agarro de la mano y la obligo a coger el dinero.
—Olvida los vestidos, Yoko. Gracias a ti he pasado los mejores días de mi vida.
Ella lo acepta y, una vez más, sus ojos parecen a punto del llanto. Cierro el bolso y comienzo a quitarme las zapatillas para tomar una buena ducha. La camarera parece entender el mensaje subliminal y abandona de inmediato la habitación. Mientras me ducho pienso que será la última vez que sienta el agua correr sobre mi cuerpo y que hoy también haré muchas cosas por última vez. La última ducha, la última siesta que dormiré después, la última vez que coma, la última vez que hable con alguien, la última copa que me tome. ¿Cuál será la bebida que me acompañe en mis últimos momentos? ¿Qué pediré antes de subir a la habitación para escribir la, otra vez “última” reseña en este diario? Creo que voy a dejar de escribir porque estoy empezando a deprimirme.

A pesar de todo, la cena ha sido perfecta teniendo además un carácter especial al tratarse del último día de crucero. Cuando llego al comedor en la mesa están todos esperándome. Le doy los jabones a Fefi y lamento haberme olvidado de la valenciana.
—Muchas gracias son preciosos. Me da rabia el no haber comprado yo también algo para ti —dice Fefi—. Como estabas tardando demasiado pensábamos que no ibas a bajar. ¿Cómo te fue el día?
—Había decidido disfrutar de las piscinas pero el tiempo no era bueno y al final opté por bajar a tierra—respondo—. Visité el castillo de If y me encontré con los pasajeros alemanes. Fran, espero que no te enfades pero él tiene mucho interés en conocer a tu mujer.
—En Túnez me ofrecían veinte camellos por ella. ¿Está dispuesto a mejorar la oferta?
—En Alemania tendrán muchas cosas —interviene Raúl— pero sospecho que camellos, más bien pocos.
Incluso los valencianos ríen la broma.
—Por cierto, no te vimos en la reunión informativa que hemos tenido para hablar del protocolo de desembarque —dice Fran y yo debo poner cara de póker porque todos vuelven a reír—. Como si lo viera —continúa— anoche no leíste el diario de a bordo en el que nos citaban para ese encuentro.
—Pues no, no lo leí —confirmo—. ¿Alguna cosa que deba saber?
—Yo te lo resumo —vuelve a intervenir el argentino—. Esta noche deja la maleta en el pasillo, ellos la recogen y mañana te la entregan en Barcelona tras pasar aduanas. Y otra cosa más la habitación a las ocho libre.
—En este barco no hay quien duerma —protesta resignado José el valenciano. Nosotros estamos cansados y nos vamos a la cama ya mismo pero me gustaría brindar con vosotros.
Llama al camarero y pide una botella de champagne que me hace recordar a la de Louis Roederer Cristal que dio inicio al viaje. Brindamos y bebo una segunda copa y estoy decidida a disfrutar a tope el resto de la noche… Hasta que todo se acabe.
Bailamos, bebemos y reímos hasta las tres de la madrugada. A esa hora ninguno puede ya con su cuerpo y mis amigos madrileños todavía tienen que hacerse la maleta. Nos despedimos volviendo a brindar por enésima vez a lo largo de la velada. Antes de marcharme pido otra copa de ron tostado acompañada de un par de cubitos de hielo que me tomaré en la habitación. Quedamos en desayunar juntos a primera hora para despedirnos en ese momento y lamento el plantón que voy a darles. Subo con la bebida en el ascensor. La cubierta está vacía, incluso Yoko duerme a estas horas. Nada más entrar en el camarote me quito el vestido. Ha debido caerme algo de bebida encima porque tiene una mancha sobre la falda. Yoko tendrá que llevarlo al tinte. Esta será mi última nota en este diario. Solamente me quedan dos cosas. La primera es esperar que su lectura haya servido para aclarar a todos aquellos que alguna vez me quisieron, el motivo de mi drástica decisión. Espero que podáis perdonarme. Dentro de unas horas el barco habrá llegado a tierra, sin mí, y en este camarote solamente se encontrará mi maleta, un pasaporte y este cuaderno manuscrito cuyas páginas le señalarán a él como único culpable de mi muerte. Sí, ya lo sé, es una pobre venganza pero es el único camino que me queda para poder escapar del infierno que he vivido durante estos tres últimos años. Podría volver a intentarlo por enésima vez pero ya estoy cansada. Estoy cansada de vivir en un constante estado de terror. Siempre vigilada. Siempre temiendo que mi móvil suene avisándome de su último mensaje: “¿Qué haces? ¿Con quién estás? ¿A qué hora piensas volver…?” Y de que mi respuesta, sea la que sea, siempre resulte errónea dando lugar a un interminable intercambio de mensajes que, inevitablemente terminan con una llamada telefónica, la amenaza en su voz y la angustia de saber que, al llegar a casa, la amenaza se convertirá en una terrible e inevitable realidad. Ahora, dentro de unos minutos, todo habrá terminado. Será un corto paseo el que me lleve hasta la cubierta trece. No, creo que será mejor hacerlo desde la planta inferior. Siempre fui un poco supersticiosa. Quizás parezca ridículo que, con la decisión que tengo tomada, la mala suerte pueda preocuparme pero las cosas, lo sé por experiencia, incluso en una situación como la mía, siempre pueden ir a peor. La cubierta doce será mi opción. Levanto la cabeza para mirar el reflejo difuminado que me devuelve el espejo del armario. La cara que me mira y que apenas reconozco, es un rostro delgado, de ojos tristes y azules, enmarcado por una media melena de color caoba cuyo peinado conoció tiempos mejores. Esos ojos azules vuelven a mirarme. Me paso la mano por la cara para retirar un mechón de pelo. El corte que tenía en el pómulo ya ha desaparecido, como dentro de unos minutos también desaparecerá la cicatriz que dejó en mi corazón como uno de tantos recuerdos tras tres años de convivencia. Antes de buscar mi destino decido apurar el vaso de ron tostado que tengo sobre la mesa. Su aroma a madera y caña apagará el desagradable sabor de agua marina que quizás llegue a sentir en ese último segundo antes de fundirme con el mar para siempre. Adiós a todos y perdón a quienes mi desaparición y relato hayan podido hacer daño.

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29 Oct 2017 11:00 #1916015 por Chespir
Respuesta de Chespir sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Hola a todos:
Con este capítulo termino la novela que he venido publicando durante las dos últimas semanas. Hasta el momento, doce han sido los agradecimientos y las entradas supongo que sobrepasarán las seiscientas. De todas formas, no tengo ni idea de cuántos habrán seguido la lectura hasta el final y cuántos habrán entrado por casualidad, leído un par de líneas dejando el resto de la novela para el cesto de los papeles. Esta obra, ya lo dije al principio, es totalmente fruto de mi imaginación aunque su entorno esté basado en el viaje que mi mujer y yo hicimos hace tres años en el MSC Splendida. Pues bien, tengo otro texto también de carácter “cruceril” basado en un viaje anterior que hicimos por el Egeo. En esta ocasión los sucesos son reales aunque han sido “caricaturizados” con la intención de dar una nota de humor al texto. Nada que ver con lo que acabáis de leer. Mucho más corto, mucho más amable y, también, mucho más divertido. Si tenéis interés, puedo publicarlo.
Un saludo a los que hayáis leído hasta aquí. Gracias por vuestra paciencia.





Séptimo día de navegación. Epílogo

Han sido ocho días y siete noches como anunciaba el catálogo de la agencia, inolvidables. Ocho días y siete noches conclusión de una vida cuyo destino ha estado marcado por una relación mantenida durante los últimos tres años. Pienso en todo ello mientras sentada, desnuda en el balcón de mi suite, apuro un último trago de ron. Me gustaría poder terminar todo aquí mismo, pero la disposición del camarote me impide llegar al agua. Si saltase caería directamente en la cubierta inferior. La luna es menguante, como mi espíritu, y su luz se refleja sobre el agua produciendo hermosos brillos. También me fijo en las estrellas. La astronomía ha ocupado un lugar de privilegio entre mis aficiones lo que siempre ha sido un buen motivo de extrañeza para mis amigos. Creo que las estrellas sí que pueden comprenderme. Además nunca te traicionan. Siempre están donde se las espera, su guía es segura y sirven para romper la negrura del cielo nocturno. A simple vista, dejándola en popa, la Polar, a su lado la gran Antares y pronto aparecerá Sirio, el Cazador, sobre el horizonte. El ron tostado se ha terminado. Dejo el vaso sobre la mesa antes de entrar en la habitación para dirigirme al armario. En un cajón tengo perfectamente doblado el vestido rosa de lentejuelas que llevaba puesto la noche que dio inicio al tormento. No sé, supongo que dentro de mí hay algo de fetichista porque también me pondré el mismo conjunto de lencería incluyendo las medias que he conservado sin utilizar guardadas en un cajón durante todo este tiempo. Me abrocho el sujetador para comprobar que mi talla no ha cambiado. Con el resto de la ropa tampoco tengo problemas y solamente el vestido conserva rasgada y sin coser la parte delantera, dejando que mis pechos queden cubiertos solamente por la lencería de seda negra. No creo que me vaya a cruzar con nadie a estas horas pero tampoco puedo asegurarlo. Busco un par de imperdibles que sujetan la tela. También me pongo los zapatos rosas de tacón. Todo muy igual, todo muy determinado. Vuelvo a pensar en el lugar más adecuado para llevar a cabo mi acción. En la cubierta doce hay un sitio discreto entre la piscina y la baranda de popa. Otra posibilidad está en la cubierta trece en el mismo sitio donde tuvimos que reunirnos la mañana del segundo día cuando realizamos la maniobra de evacuación. Pero, definitivamente, no me gusta el trece. Dejo el diario sobre mi cama sin deshacer. En la mesilla dejo mi teléfono móvil junto al ramo de flores. No sé el motivo pero no me gusta este ramo, supongo que me resulta un tanto tétrico. “Flores para un muerto”: parece el título de una novela de terror. El bolso se viene conmigo. Me sentiría desnuda sin él. Cierro la puerta del camarote en silencio y camino el pasillo que me lleva al exterior. Durante el recorrido me entretengo en pensar lo que sucederá dentro de pocas horas. Yoko pasará al camarote para preparar mi maleta, privilegio de los pasajeros vips y verá el diario sobre la cama. Toda una invitación para darle un vistazo. También se extrañará que mi teléfono esté sobre la mesilla y de que la cama no haya sido deshecha —sonrío—. Quizás piense que he pasado la noche en algún otro camarote muy bien acompañada. Si la curiosidad la puede y abre el diario, solamente le hará falta leer un par de páginas para que salte la alarma. Se lo notificará a su supervisor que avisará al capitán y al servicio de seguridad. La megafonía del buque comenzará a llamarme y esta llamada no tendrá respuesta. Después el aviso a las autoridades portuarias, interrogatorios a la tripulación y a mis compañeros de mesa que no comprenderán nada de lo que ha pasado. Fefi, perdóname. Salgo al exterior y, a pesar de ser altas horas de la madrugada, el aire mediterráneo me envuelve en su calidez. Bajo las escaleras exteriores, uno, dos pisos y finalmente accedo a la cubierta doce. El silencio solamente se rompe por el monótono ronroneo de las hélices del barco y por alguna tímida ola rompiendo contra las paredes de acero. La piscina resulta extrañamente solitaria. Está sin agua, sin gente y sin tumbonas a su alrededor. La rodeo y cuando voy a bajar media docena de escalones para llegar al final del barco, algo me detiene. Hay alguien a pocos metros de mí. Guiño los ojos para tratar de que mi vista traspase la oscuridad. No me he equivocado. El lugar ya está ocupado. Parece una pareja de adolescentes tumbados en el suelo. La camisa de él tirada al final del corto tramo de escalera. Se besan apasionadamente y la chica jadea ostensiblemente cuando la mano del muchacho maniobra por debajo de su camiseta. Desde la mitad de la escalera me siento una vulgar mirona pero no puedo apartar la vista de los dos amantes. El chico la gira hasta conseguir que ella se le ponga encima y aprovecha para quitarle la prenda. Es entonces cuando nuestras miradas se cruzan y él parece sorprendido. Me mira intensamente y en sus ojos puedo leer una mirada de súplica. Sin palabras me ruega que me aleje en silencio antes de que ella se dé cuenta de mi presencia. Mi responsabilidad de adulto hace que esté a punto de decirle que se ponga un condón pero la discreción me puede y me doy la vuelta y vuelvo a la piscina sin hacer ruido. Me queda el plan B. La cubierta 13 en la zona de botes. Me encamino hacia allá. Solo espero no encontrarme con otra parejita. De ser así, lo sentiré pero tendrán que marcharse ellos. Dudo en la dirección a tomar. De noche cerrada el barco parece distinto y me confundo en un par de ocasiones hasta que llego al lugar deseado. Afortunadamente no hay nadie. Me acerco a la baranda y me doy cuenta de un detalle del que no me había percatado antes, detrás de ella hay un estrecho pasillo lateral que corre paralelo a lo largo de la banda del buque. Un reborde elevado de unos cuarenta centímetros de alto, seguramente pensado para fijar las escalas de acceso a las lanchas de salvamento, lo separa del vacío. La falda es estrecha y tengo que subírmela para lograr pasar la primera valla. Ya en el estrecho pasillo doy un paso y mis rodillas tocan la siguiente protección. Ha llegado el momento y pienso en la manera más fácil de hacerlo. Quizás sentándome de espaldas al mar y dejándome caer hacia atrás desde esa posición. Otra solución es ponerme de pié y saltar de frente dando la cara al mar. Elijo esta segunda opción pero la falda vuelve a dificultar mis movimientos. Me siento en el mismo borde y vuelvo a mirar las estrellas. Respiro profundamente un par de ocasiones antes de dejar que mi cuerpo caiga hacia adelante. Durante un instante siento el vacío de la gravedad en mi estómago pero la sensación se corta de manera abrupta y un brusco tirón me recorre desde las cervicales hasta los pies cuando noto que unos brazos fuertes me sujetan firmemente por la cintura. La puta mala suerte de la cubierta trece ha jugado en mi contra.
—Gracias —digo a quien quiera que sea la persona que me esté sujetando sin siquiera darme la vuelta— pero no debería haberlo hecho. Mi decisión estaba tomada.
Todavía de espaldas a ese inoportuno salvador, con los pies en el aire y sujetada firmemente por la cintura, noto como me hace girar hasta colocarme en la seguridad de la plataforma. Es entonces cuando escucho su voz por primera vez y, al hacerlo, un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
—Lo siento, —dice Jorge mirándome fijamente a los ojos—. Siento todo lo que te he hecho sufrir, todo lo que te hice pasar y creo que, finalmente, lo he comprendido.
No contesto. Mi cabeza todavía no ha podido asimilar ni el terror ni la sorpresa que me causa su presencia en el barco. Tampoco he prestado demasiada atención a lo que acaba de decir y miro hacia el mar que sigue esperándome a unos metros por debajo de nosotros. Jorge se da cuenta y se mueve para colocarse entre mi decisión y yo. Es más alto, más fuerte, eso lo sé bien, y también mucho más rápido y no me dejará saltar al vacío. Vuelvo a mirarle a los ojos con la súplica reflejada en los míos.
—Perdóname —sigue hablando—. Te amo como jamás quise nunca a nadie pero los celos y las preocupaciones me sobrepasaron.
—Su voz parece sincera y finalmente logro controlar las emociones para que las palabras puedan salir de mis labios. Las puedo oír por encima de los latidos de mi corazón.
— ¿Qué… qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado? ¿Quién…?
—Sólo hablaré si prometes que no vas a saltar —me dice. Asiento con la cabeza y él parece relajarse. Se sienta en la barandilla en el mismo lugar donde yo estaba antes pero dando la espalda al Mediterráneo y comienza a hablar con voz pausada.
—El primer día que desapareciste, no me preocupé demasiado. Te llamé algunas veces al móvil y también al trabajo. Hablé con Marcos que me dijo que habías decidido tomarte unas cortas vacaciones para poder pensar sobre tu futuro profesional…
Pienso en sus palabras y me alegra la discreción de mi jefe. Nunca le hablé sobre mi futuro profesional. Realmente le dije que necesitaba meditar sobre mi matrimonio. Sonrío al pensar que Marcos es todo un diplomático pero Jorge advierte el cambio de expresión en mi cara y eso le da confianza para seguir hablando.
—… Al día siguiente tampoco habías dado señales de vida y seguí sin preocuparme. Fue en la mañana del tercer día cuando se me despertaron todas las alertas. Se me ocurrió llamar a la compañía de las tarjetas de crédito. Recuerda que siempre supe tus claves, y me dijeron que había un par de gastos de cien euros que parecían corresponder a compras hechas en un crucero. También me dijeron el nombre de la naviera pero no podían saber el nombre del buque. Cuando colgué con ellos se me ocurrió mirar en el maletero de casa y vi que faltaban un par de maletas —Encoge los hombros ante mi mirada de incredulidad—. Eso y la falta de tu pasaporte en el cajón donde los guardamos habitualmente confirmaban que te habías subido en algún crucero. Sin embargo la persona que me atendió al teléfono cuando pedí información sobre tu tarjeta no me señaló ningún gasto que pudiera corresponder al coste del pasaje. Me dieron ganas de anular la tarjeta pero pensé que si no lo hacía, siempre te podría seguir el rastro a través de ella. ¿De dónde sacaste el dinero para pagar esa suite de superlujo??
No contesto a su pregunta pero me doy cuenta de que sabe muy bien cuál es el camarote que he estado ocupando. Para evitar que Jorge detectase ese gasto, cuando le dije a Marcos que pensaba embarcarme en un crucero para tomarme una semana de vacaciones el me aconsejó pagar el viaje con la tarjeta de la empresa. Luego el importe me lo descontaría del sueldo de los meses siguientes. Nunca pensé que los doscientos euros que gasté en el casino fueran a cargarlos tan pronto en cuenta. Jorge no espera mi respuesta y sigue contándome la historia.
—…Lo que sí que encontré en la papelera de tu despacho fueron un par de folletos publicitarios de una agencia de viajes. Afortunadamente las agencias siempre ponen su sello en la última página donde figuran la dirección y el teléfono de la misma. A las diez de la mañana del día siguiente me presenté en ella, expliqué a la señorita que soy tu marido, que tu padre había fallecido y que necesitaba saber el puerto que tocaría tu barco al día siguiente. La chica no sospechó y me proporcionó el nombre del barco y los detalles del viaje. El siguiente puerto sería Génova y hoy Marsella. Por cuestiones de vuelos elegí esta segunda opción. Saqué el billete y he llegado esta misma mañana.
—Pero, de todas formas, no tenías pasaje para el barco. ¿Cómo has conseguido entrar?
El sonríe y un brillo de malicia pasa por su mirada.
—Soy todo un polizón y nadie sabe que estoy aquí. Es fácil pasar inadvertido en el momento en que tres mil pasajeros salen del barco, todos a la vez, dispuestos a realizar la excursión del día. Una vez dentro todo es mucho más fácil utilizando algunos recursos y unos cuantos cientos de euros. Además a los pasajeros que ocupan las suites de lujo los conoce todo el mundo. ¿Curiosidad satisfecha?
—Sí —digo en voz baja—. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Ya te lo he dicho, cambiar. Quiero que nuestro matrimonio sea otro, que el hombre que te aterrorizaba desaparezca y que no tengas necesidad de Francesco cuando quieras hacer el amor.
Abro la boca sobresaltada y mis ojos cambian de expresión. ¿Cómo puede saber lo de mi amante napolitano? Jorge parece que adivina mis pensamientos y saca el cuaderno en el que he ido contando estos últimos ocho días, las últimas siete noches.
— ¿Cómo lo has conseguido? Estaba en mi camarote.
—Él espera esa pregunta y vuelve a sonreír devolviéndome el cuaderno.
—Compré un ramo de flores en la floristería del barco y se las di a tu camarera japonesa ¿Cómo se llama?
—Yoko —respondo sin pensar y con la mirada fija en las tapas del cuaderno— ¿Cuándo lo has leído?
—Sí, Yoko —confirma él—. Una chica encantadora. Pero todo a su tiempo, cariño. Me identifiqué como un compañero de viaje que se había enamorado de ti y le di las flores para que las dejase en tu camarote pero también se me ocurrió echar un vistazo en el mismo. Le dije que quería saber algo más de ti para poder darte una sorpresa mañana en Barcelona. . Evidentemente ella se negó en redondo y hasta se escandalizó por mi petición.
— ¿Entonces?
—Los principios nunca son inmutables, eso me lo ha enseñado la política y dos mil euros abren muchas puertas cuando el portero necesita dinero. Yoko me dejó esta tarjeta pero me hizo jurar que antes de las cinco de la tarde tu suite debería estar como siempre. Yo se lo prometí y cumplí mi promesa porque dos horas antes de lo pactado, tu habitación estaba libre y el diario en su sitio. Me alegra el haber leído ese pequeño cuaderno. Te he salvado la vida gracias a ello. Esperé a que terminaras de cenar y también estuve cerca de ti cuando casi te emborrachaste con tus nuevos amigos. Después subí hasta la cubierta catorce, y esperé a que salieras. Usé la misma tarjeta que me dio Yoko. Entré rápidamente en tu habitación, tomé tu diario y volví a seguir tus pasos. Ahora, mi amor, estás viva y te juro que serás feliz para siempre.
Me duele en el alma la traición de Yoko pero mis sentimientos se interrumpen cuando Jorge me atrae hacia él y me da un beso en los labios y me abraza con ternura. Cuando nos separamos le miro a los ojos. Esos ojos que siempre me fascinaron y, sentado en la baranda reconozco que es un hombre sumamente atractivo. Él sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Todavía no lo sabe pero sé que, en esta ocasión, me está diciendo la verdad. Mi vida va a cambiar, voy a ser feliz y a perder el miedo desde ese mismo momento. Me vuelvo a acercar a él y mi boca busca la suya. Apoyo las manos en sus hombros y cierro los ojos cuando nuestros labios vuelven a tocarse.
Solamente necesito un empujón, un fuerte empujón que nos separa con brusquedad. Jorge tropieza con la baranda que está a su espalda y sus ojos muestran una expresión de incredulidad primero y de terror después cuando nota que una sensación de inclemente vacío tira de él. Estira los brazos y sus manos se cierran tratando de agarrarse a algún lugar que no existe. Uno, dos, tres segundos y un golpe seco, que se confunde con las olas, se escucha contra el mar. Sonrío y miro a mi alrededor. No hay nadie. Sirio me mira y yo le guiño un ojo. Sé que el Cazador sabrá guardar nuestro secreto. Antes de regresar al camarote, mentalmente doy las gracias a Yoko y miro mi diario por última vez. Le doy un beso en la tapa antes de arrojarlo al mar.
—Ahí lo tienes. Por si te apetece seguir leyendo.

Fin.
Dedicado a Ella, mi protagonista. Ella no tiene nombre porque ella puede ser cualquiera.
Manuel Enríquez
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30 Oct 2017 08:42 #1916033 por eduard58
Hola!!!!

Bueno, bueno, bueno.....final inesperado. Me ha gustado, espero impaciente el relato del viage por el Egeo.

Saludos.
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30 Oct 2017 20:00 #1916054 por chumaker
Hola Chespir!!

Me ha gustado, el contenido o como cuentas la novela, desde el prólogo me he enganchado con el desarrollo de tu narración.

En mi opinión tu novela ha cubierto con crece mis expectativas, gran trabajo...

Un saludo.
























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31 Oct 2017 11:35 #1916091 por Lutecia
Respuesta de Lutecia sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Hola Chespir,

Me he encontrado por casualidad, con tu relato cruceril, y tengo que reconocer que me he " enganchado" desde el minuto uno, y lo he leído de un tirón ;)

Ella, nos ha contado el maltrato al que ha estado sometida durante mucho tiempo, y cómo pensaba ponerle punto y final a la situación.
Cuando parecía que todo estaba escrito, aparece ese inimaginable desenlace :ohmy: :ohmy:

Te animo ( Chespir, Teresa Q, o Manuel E ) a que sigas publicando...

Y por supuesto, no nos dejes sin tu crónica por el Egeo :)

Un cordial saludo.
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31 Oct 2017 11:51 #1916092 por Chespir
Respuesta de Chespir sobre el tema Presentación y un regalo para el foro
Hola a todos:
De entrada muchísimas gracias a aquéllos que os habéis animado a dejarme un comentario sobre la novela. De verdad que, cuando la única recompensa que se recibe por un trabajo de este tipo es el saber que éste ha sido leído, las críticas recibidas buenas o malas se agradecen mucho. Dicho esto, ahora mismo abriré un nuevo tema que titularé "crucero Pullmantur por el Egeo" espero no defraudaros.
Chespir (o Manuel)
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