Con viento de poniente y mar en calma, el MSC Opera navega en dirección a Jamaica. En los pasillos interiores, varias familias de pingüinos, media docena de focas y tres osos polares se manifiestan pidiendo que apaguen el aire acondicionado. Durante la tarde hemos tenido siestita y bañito en la piscina y después paseo con cervecita y bailongo cha-cha-cha que nos ayudó a entrar en calor. Acudimos al primer espectáculo del viaje. Poco que comentar. Nada que ver con el que nos ofrecieron, años atrás en el MSC Splendida. Entretenido y basta. Malabaristas, contorsionistas, artistas, bailistas y musiquistas que, durante cuarenta y cinco minutos nos hacen pasar un rato agradable. Son las nueve de la noche, hora en la que tenemos nuestro turno de cena y llegamos al restaurante situado en la cubierta 5 y, ni una, no hemos dado ni una. De entrada nuestro turno de cena era el de las siete de la tarde a pesar de que, en la correspondencia que recibimos previa a nuestra partida, figuraba lo contrario y, en esta ocasión, la culpa ni siquiera es de la redondez de la tierra. Pero es que el restaurante que nos corresponde tampoco es ese. Hay otro una planta más arriba y allá que nos dirigimos para ser llevados por un simpático camarero hasta nuestra mesa. Estaremos acompañados durante las cenas por una encantadora pareja de sevillanos, Alicia y Rafael, cuyas edades podríamos calificarlas de indecentes. Pa que ustedes se hagan una idea, sumadas las de ambos, no se acercaban a la mía en solitario. Tenía que estar prohibido que hubiera gente tan joven. Lo del frío pase pero ganas me dan de pedir una hoja de reclamaciones por la afrenta. La cena, bien, variada pero las raciones algo pequeñas pero esto no es un problema porque tenemos la posibilidad de repetir. La conversación es agradable amenizada por el anecdotario variopinto de mis aventuras en la mili que doña Chespira se encarga de interrumpir cada dos por tres dándome patadas por debajo de la mesa al principio, codazos mal disimulados en el hipogastrio, después, y diciéndome, finalmente, que dejase de dar la coña a los chicos. Cuando finalizamos los postres, propongo ir a tomar café para poder seguir con mi relato. Alicia declinó la propuesta alegando que sufría un fuerte mareo y eso que el barco no se movía en absoluto. Es que, los jóvenes de hoy ya no son como los de antes. Al salir nos disponemos a conocer esa cubierta que todavía no habíamos visitado y la cara de mi señora tornó en felicidad cuando comprobó que estaba repleta tienditas en su modalidad “Llévese dos y pague tres”. Zapatos, bisuterías a precio de máscara de Tutankamon, perfumerías y similares. A poco perspicaz que seas, querido lector, ya te habrás dado cuenta de que esas cosas no me van demasiado. Mientras yo me siento en uno de los bares para tomar mojito y café, ella se dedica a husmear en las tiendas citadas. Vuelvo a ver a nuestro amigo el pingüino que, como todos, sigue pasando frío. Yo pregunto si hay posibilidad de que me pongan debajo de la mesa un braserito como el que tenía mi abuela pero el riesgo de incendio en el barco, desaconseja su utilización. Doña Chespira regresa con las manos vacías pero con la cabeza llena de proyectos tiendísticos. Decidimos subir a las cubiertas exteriores para tratar de recuperar nuestra homeostasis térmica. De paso valoraremos las posibilidades turísticas que ofrecerá la isla de Jamaica cuando lleguemos en la mañana del miércoles. Del día siguiente, poco que contar, relajo total con piscina, comidas, daiquiris, clases de chachachá impartidas por el grupo de animación y pisoteos varios a impartidos por mí al resto de compañeros aprendices de bailoteo. Por la noche, cena de gala con el capitán y concurso de bailes de salón al que doña Chespira no me permite presentarme. A eso de las 8 de la mañana llegaremos a Montego Bay en Jamaica. Hemos leído en Internet que a unos veinte minutos de taxi hay una preciosa playa que tiene nombre de Doctor Nosecuantos. Es una playa de pago a 6 dólares la capita. Otra opción es la excursión a Ocho ríos a 60 € la capita pero las opiniones sobre esta excursión no son demasiado favorables y nos decantamos por la playita. Al llegar al camarote, una nota nos dice que la compañía ha puesto a disposición de los pasajeros, la posibilidad de un bus lanzadera qu , a un precio intermedio entre las dos opciones anteriores, nos ofrece la posibilidad de llevarnos hasta un shopping center situado a 40 minutos de distancia con parada intermedia en la mencionada playita. La verdad es que no nos apetece demasiado empezar a discutir con taxistas jamaicanos el coste del traslado y optamos por el bus-lanzadera. A las nueve de la mañana del miércoles desembarcamos sin necesidad de trámites aduaneros, ni inspecciones de bolsas ni gaitas similares. Bañadores, mochila, cámara de fotos, teléfonos móviles en modo avión por la cosa del roaming, pasaportes y dólares americanos. Primero a lo del shopping center que es una especie del Rozas Village para los que vivimos en Madrid solo que hablando inglés. Tienditas de esas que empiezan a pedirte 1400 € por un anillo de diamantes para bajarlo a 450 en cuanto les dices que no, que very much thank you, sir. No fue la única oferta. Anillo y pendientes de topacios primero a 460 € y luego a 70. No compramos nada. Si ya, de entrada, te quieren engañar, ¿qué garantías tenemos de que no te engañen también al final? Diez minutos de espera del bus-lanzadera y media hora después llegamos a la playa del doctor Nosecuantos. Pagamos la entrada, buscamos un sitio a la sombra de una palmera vigilando que no haya cocos por encima de nuestras cabezas y nos dirigimos a la mar océano. Miren ustedes, acostumbrados como estamos a las playitas de arena fina, mar salada y señoritas en top less que vemos cada año cuando vamos a Fuerteventura, la playa esa, por mucho Caribe que tenga resulta bastante mediocre. La temperatura del agua buena, muy buena, de olas, ni vestigios y una falta de libertad absoluta. Si te pones a pasear, no habrás recorrido 200 metros cuando un aborigen te dice que stop que de ahí no se puede pasar porque es playa privada de un hotel. Eso si caminas en horizontal. Si lo nadas en vertical, antes de que el agua te cubra los hombros, otro aborigen se pone como un loco a tocar el silbato para decirte que de ahí no pases. Pero no todo va a ser malo. Hay un tercer aborigen paseando cerca de nosotros, negro como el carbón, con unos dientes blanquísimos de sonrisa eterna y un pitillo, de olor inconfundible, en los labios. Ni doña Chespira ni yo fumamos pero la añoranza me puede. Recuerdo mis años de facultad y algún porrete de marihuana fumado furtivamente entre veinticinco colegas. En Jamaica la marihuana es legal y yo estoy dispuesto a darle gusto al pulmón y a la ensoñación isleña. Pero mis sueños de libertad fueron cortados de inmediato por doña Chespira que dijo que, de porros nada, que ya no estoy en edad y que no tenía ganas de llevarme al barco a rastas… digooo a rastras. En su lugar me invita a un coco y a un vaso de ron que está espectacular. Otro bañito, otro intento de alejarme de la orilla y nueva bronca del aborigen silbatero. A eso de la una de la tarde, después de cinco negativas más de mi señora a mis cinco peticiones de ayudar a la economía del pobre vendedor marihuanero, decidimos que es hora de comer. El toque de queda del barco es a las cinco y calculamos que todavía tendremos tiempo de pasear por las abarrotadas calles de la ciudad. En la misma playa hay un chiringuito, tomamos asiento, nos traen la carta, realizamos la comanda, pedimos otro ron, nos traen el ron pero no la comanda, insistimos una hora después, el pescado sin venir, nueva reclamación y yo insistiendo en que nos largásemos de allí haciendo un Simpa en toda la regla. Pero mi señora pa estas cosas es muy mirada y vuelve a buscar a nuestro camarero que aparece a eso de las tres y media de la tarde con un plato de pescado reseco y unas alitas de pollo en salsa jamaicana que hubieran rechazado hasta los internos de Auschwitz. Comemos a toda prisa porque los barcos no esperan. Pedimos la cuenta, todo en inglés, entregamos forty us dollars y, en lugar de devolvernos ten dollars, nos devuelven solo five dollars. El aborigen jamaicano de los cojones nos ha tangao five dollars by the face. Pero el último autobús en dirección al MSC Opera sale en ten minutes y todavía tenemos que llegar hasta la parada que ni bitch idea de where is it. Total que damos por perdidos los dollars y lamentamos que no haya un muñequito de vudú con varios pelos y uñas del camarero pa tirarlo al mar en alguna zona infectada de sharks. Llegamos al puerto con veinte minutos de antelación que son suficientes para ver algunas tienditas ¿Ya les he dicho que doña Chespira tiene “tienditafilia”?. Entramos en dos o tres con la idea de comprar café Blue Mountain y ron del país. Pedimos precios y llegamos a la conclusión de que nos sale más rentable tomar ese café y ese ron en el hotel Ritz de Madrid. Al final, cinco dólares en media docena de lapiceros con la cara de Bob Marley y chutando pal barco que ya es la hora. El último acaecido digno de mención se produce cuando subimos a la cubierta 13 para ver la partida del buque. Suena el claxon del mismo varias veces, nos ponen la cancioncilla de Andrea Boccelli que dice algo de la despedida, el claxon que vuelve a sonar, el barco que sigue sin salir a pesar de que ya pasan más de veinte minutos de la hora prevista. Finalmente desmontan la rampa de acceso y, un instante antes de que se suelten amarras, vemos a lo lejos, en el muelle, un taxi que llega pitando a toda leche. Del taxi bajan media docena de personas que, evidentemente llegan tarde. Corren por el muelle del puerto y, en mis pensamientos, animo al capitán del barco pa que los deje en tierra. El tipo debe ser buena gente, desde luego mejor persona que yo, y manda que vuelvan a colocar la rampa para que los tardones puedan subir al buque. El diablillo que se ha colocado sobre mi hombro mirando la escena tuerce la cara desilusionado. Quizás en la próxima ocasión tengamos más suerte y veamos el careto de los pasajeros impuntuales en el muelle mientras el barco se pierde por el horizonte. Mañana tocaremos Gran Caiman y mañana será otro día.